De alguna manera, hacer ciclismo es algo así como una montaña rusa. Subidas y bajadas, desniveles, cambios de velocidad... etc. Quizás resulte una comparación metida un poco con calzador, pero amigos, es mi impresión. Y no es que haya visto una atracción así pero he oído hablar a veces de ella y es lo más parecido a esto a día de hoy.

He de reconocer que me acongojo un poco con las grandes subidas como Alpe d´Huez, Tourmalet o El Angliru. El comienzo es ilusionante aunque presiona saber lo que viene por delante. Luego el esfuerzo comienza a pasar factura, los kilómetros pasan muy muy lentamente. En el propio ascenso hay momentos de emoción y motivación y otros de decepción y agonía. Los últimos metros son los más reconfortantes, una auténtica explosión de victoria y triunfo, un laurel para enmarcar. El descenso es como ir ganando un partido de fútbol por 5-0 a 5 minutos del final (aunque tiene un delicado matiz, no todo el monte es orégano).
El riesgo que tenemos es el pinchazo. Supongo que todos tenemos que morir de alguna manera. Yo tengo suerte porque nací Superhéroe y llevo años con el mismo ciclista en la misma bici. Normalmente nos cambian de una carrrera a otra, pero yo soy especial. Lo que les decía, no hay nada peor para nosotras que un pinchazo porque significa la muerte. Aunque en ocasiones puede ser algo épico. Recuerdo aquella carrera ganada por Abraham Olano en 1995. Su rueda pinchó a 1 km de la meta. Aun así, el ciclista se armó de valor para llegar al final proclamándose vencedor ante el asombro de todos los presentes.
Me encanta esta montaña rusa que es mi vida. ¿Saben qué? Pocos objetos están tan cerca de los humanos como nosotras las ruedas de bici. Ahí lo dejo.