martes, 8 de noviembre de 2011

Juntos hasta que su muerte nos separe

La verdad es que me siento tan sola como él, aunque aparentemente no es que le vea aburrido e inapetente. Todo lo contrario, se mueve cada día dentro de mí en un tono feliz y radiante. Diría que se muestra constantemente simpático incluso para sí mismo. Coexistimos juntos en un rincón de la casa, por suerte, bastante soleado.

Diríase la fábula del canario y la jaula. Quizás sin moraleja. Si Samaniego o Esopo levantaran la cabeza...

Ser el envoltorio de metal de un ser tan activo me hace sentir bastante malvado. A veces pienso que se lo pasa en grande, aún viviendo en tal minúsculo lugar. Canta, revolotea, come alegremente... Sin embargo, en otras ocasiones, quizás en las que yo tengo un mal día, siento que el bicho necesita aire, libertad... Un privilegio prohibido para el condenado, supongo.

De todas maneras, he de decir que el taciturno soy yo, el tío no se queja ni media. Aunque lo cierto es que si pudiera entender esos cánticos de canario, quizás oiría algo así como "venga tío, abre la puertecita que salgo" o "te odio, ojalá fueras más grande". Quizás es mejor que no le entienda.

Llevamos juntos ya tres años. 1095 días de ambigua amistad. He elegido este día para rendir un sencillo homenaje a mi fiel compañero. Cuando él pasa frío, yo lo tengo también; cuando los humanos de la casa gritan por la noche, nos molestan a los dos; cuando el vecino de arriba toca el piano, ambos disfrutamos (aunque creo que a él le va más el heavy metal que a veces pone el adolescente de la casa)...

Es por esto por lo que nunca le dejaría escapar. Se me iría el alma. Quizás es egoísta pero el tío hace que me sienta acompañado. El día que él no esté lo más probable es que yo acabe cogiendo polvo en el trastero. Y no es esto lo que me incomoda, sino pensar que no tendré su compañía. Carpe Diem, que dijo Horacio.

martes, 1 de noviembre de 2011

Conociendo mucha gente sin moverme del sitio

He oído que aquí los objetos tienen palabra y he querido hacerme un hueco. Quizás un ascensor no es un objeto en sentido estricto pero me han permitido unas líneas y a ello voy. Se ha ido la luz y tengo unos minutos para escribir.

Aburrirme no me aburro. Mecánicamente la verdad es que tampoco hago nada del otro mundo. Arriba y abajo, arriba y abajo... Así todo el día. Sin embargo, estoy orgulloso de mi labor. Desde que el primer ascensor para pasajeros del mundo vino al mundo en 1857, el ser humano debe de estar agradecido de que siempre estemos ahí.

Soy un modesto "ascensor de barrio", aunque nada envidio a esos gigantes de los grandes almacenes. Las historias que yo vivo no las viven esos ricos. Ayer a eso de las 15 horas entró la señora coja del 4ºB y el chico fiestero del 4ªA. Es curioso lo incómodos que estaban. Uno sabiendo la que había liado el día anterior y la otra sabiendo que fue ella quien llamó a la policía. Pero ni una mísera palabra. Mira que es cínico el ser humano, y disculpen, no quiero ofenderles.

La incomodidad que aflora entre dos personas, o más (cuantas más, mejor me lo paso), encerradas en un metro cuadrado es inmensa, descomunal, digamos infinita, y no me paso. Qué gracioso es ese traqueteo de llaves, esa mirada al móvil (el fondo pantalla, para unos segundos cumple su función), ese "miro al techo" o "me miro los zapatos", etc.

El más osado suelta ese típico "menudos días de lluvia llevamos". Odio que hablen del tiempo en mi presencia, lo malo es que no puedo evitarlo, y es algo bastante habitual.

Bueno amigos, un placer. Ha vuelto la luz al edificio y tengo que volver al trabajo. Quizás regrese en otra ocasión a contarles cosas, si ustedes me lo permiten. Un saludo y, por favor, no hablen del tiempo en el ascensor. Nosotros se lo agradecemos.