sábado, 16 de marzo de 2024

Curiosidad que vence al miedo

Sergio está ya en su cama como cada noche, son las 20.35 horas. Las luces apagadas. Hace algo de frío, no demasiado. Fuera llueve. Oye levemente el ruido de la tele del salón. Se pone boca arriba. Se da la vuelta en dirección a la pared, entonces la parte de abajo del pantalón del pijama se le sube casi hasta la rodilla. Esto lo odia. Suspira. Se agacha como puede entre las sábanas. Consigue bajar el pantalón hasta el tobillo. Intenta dormir.

Comienza la música, como cada noche. Es una bonita, pero también inquietante melodía; parece como de una cajita de música de esas antiguas que tienen las abuelas. El sonido viene de arriba, del desván. Sergio se estremece. Sube las sábanas hasta barbilla. Siente escalofríos. Quiere gritar y llamar a su mamá. No sale ni un hilillo de voz. Nada. Nunca tiene fuerzas. Esta noche tampoco.

Pero Sergio tiene curiosidad. Mucha. Y en ese momento la curiosidad empieza a pelear con el miedo. Se insultan e incluso llegan a las manos. El miedo agarra a la curiosidad por el cuello, la tira al suelo y la golpea duramente. Una patada. Otra. Y otra más. La curiosidad está agotada de tanto golpe y está a punto de rendirse, pero piensa que tiene que hacerse valer, por él, por Sergio. Y lo hace. Se levanta del suelo y propina un fuerte puñetazo al miedo, tanto que éste llora y se va corriendo. Con miedo, y mucho, eso sí. Y es que ese cambio de guión no se lo esperaba...

Sergio se levanta de la cama, corre hacia el interruptor y enciende la luz de la habitación. Decide salir del habitáculo, atravesar el pasillo y subir las escaleras de enfrente hasta el desván. Directo. Y sin miedo. Bueno, con algo de miedo sí, pero necesita saber lo que ocurre ahí arriba.

Avanza angustiosamente de manera lenta por el pasillo sin hacer ruido, no quiere que su madre y su padre le descubran. Esto quiere hacerlo solo. Debe hacerlo solo. Rubén, el malote del colegio, siempre se ríe de él y le llama "miedica" enfrente de todos, se burla siempre de él. Un día le metió una araña de juguete en la mochila sin que se diera cuenta y luego le pidió un rotulador. Sergio, sentado en su pupitre, metió la mano y sacó la araña. No se lo esperaba, como aquel miedo que huye tras recibir el golpe de una curiosidad.

Consigue llegar arriba de las escaleras asombrado por lo que está consiguiendo. Está dejando atrás al miedo. Se acerca a la puerta. Sus dedos quieren llegar al pomo. El corazón le late fuerte. Muy fuerte. Se para justo a un palmo de la puerta y respira. Entra.

La música sigue sonando. Sergio está congelado, no puede moverse. En ese momento nota que sus piernas empiezan a estar húmedas, siente un líquido inesperado que empapa de manera inmisericorde el pantalón de su pijama y que fluye hasta los tobillos, pronto los pies comienzan a estar mojados también.

Sergio entonces puede ver lo que hay al fondo de la estancia. Efectivamente es una cajita de música de esas antiguas. Pero está flotando en el aire, cerca de una mesa y de unos viejos cuadros polvorientos. Se frota los ojos. No puede creer lo que está viendo. ¿Estará soñando? Entonces hace algo que ha oído en alguna ocasión, se pellizca el brazo, como si eso le fuera a hacer despertar de un sueño. Pero no, sigue ahí. Despierto. 

Y la cajita se mueve levemente sola en el aire. Sergio camina hacia adelante. No sabe cómo ni por qué lo hace pero comienza a andar hacia el otro lado del desván, donde se encuentra la cajta. Un paso. Dos. Tres. Se para. Mira... Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Suda... Se estremece más y más... Pero sigue. Ocho. Nueve. Diez. Once. Se para. Está a solo dos pasos... Da un paso más, Doce. Se para.

De pronto un escalofrío le recorre la espalda. La cajita se posa lentamente en la mesa. La música frena, se detiene. En ese momento, como por arte de magia, se enciende una vieja lámpara a escasos metros de allí. La bombilla tiembla. Y comienza a lucir de manera intermitente. 

Sergio siempre fue un niño algo raro. ¿Qué chaval de 7 años se aprende el código Morse? Pues uno como él. La bombilla trata de decirle algo. Consigue identificar el siguiente mensaje:

"Venciste al miedo".

De repente la bombilla se apaga completamente. En ese momento Sergio baja las escaleras rápidamente camino a su habitación y se mete en la cama. Pero no puede dormir fácilmente. En su cabeza se repite una frase: "Venciste al miedo". Sergio sonríe. Cierra los ojos. Duerme. Desde este momento, será un poco más feliz en su vida.

Al mismo tiempo, en el desván, una cajita de música antigua (mágica, porque todo lo ve, incluso con la capacidad de traspasar paredes) piensa que vivir con un fantasma ahí arriba no es algo tan malo, sobre todo si es tan amable y bondadoso como el que habita con ella. El resto de objetos son algo aburridillos, pero el fantasma es simpático. Y siempre les enseña a todos que la curiosidad es aquella que mata al miedo.

martes, 5 de marzo de 2024

Se trata de amor puro y verdadero

Soy un dibujo hecho por una niña de 7 años clavado en una corchera en el dormitorio de su padre de 37. Por aquí hay varios varios dibujos, yo soy uno de ellos. Y no quiero dármelas de importante, pero lo cierto es que quizás yo sea el más apreciado y querido por este chico. ¿Sabéis por qué? La niña me dió vida el día anterior a su cumpleaños como regalo y llevo aquí desde entonces hace ya 4 meses.

Soy muy bonito, eh, os lo aseguro. En el centro de mí tengo un unicornio de varios colores. Una serie de corazones ascendentes pasean por el lado izquierdo. En la otra zona de mi superficie hay una flor (parece una amapola) y dos pájaros. En la esquina inferior derecha pone "de Irune para el mejor papá del mundo". Ah, se me olvidaba, tengo tres estrellas pequeñitas por abajo cerca de la frase.

Su madre murió hace ya 3 años (maldito cáncer) y desde entonces el chico es el centro total de su vida. Pero es que ella también es el centro de la existencia de él. De hecho, diría más, es la auténtica razón para que él siga respirando cada día. A veces miro al chaval y le veo absorto, ido, atormentado, como si fuera un alma futilmente maltatadada por la mala suerte que se llevó a su mujer. Y suena "Lonely Day" de System Of a Down casi cada día. Él la llora sin parar aún a día de hoy, sus lágrimas pueden caer y suicidarse si quieren, pero él debe sobrevivir, tiene que mirar adelante.

Porque Rocío se fue.

Porque no va a volver.

Porque es hora de asumirlo.

Porque tiene que cuidar de Irune.

Porque ésta se merece verle sonreir.

Porque él trata de sonreir para que ella sea feliz.


No diría que tienen una relación de padre e hija. Tienen una relación de amistad. Al menos yo lo veo así. Aunque tened en cuenta que solo vivo las situaciones que visualizo, y es que no veo nada más allá de estas cuatro paredes. 

Lo que sí puedo asegurar es que es algo especial (odio esta palabra, es tan facil decirla y tan complicada de explicar) todo lo que veo entre estas dos personas.

Cómo se miran de manera cómplice.

Cómo ella llora y le cuenta que hoy la insultaron en el cole y cómo él la consuela y abraza para darle el calor que necesita. 

Cómo él se siente agobiado por sus quehaceres profesionales y la sonrisa de ella hace que en un segundo consiga olvidarse del intenso de su jefe y de todo el trabajo acumulado.

Cómo son amigos más que padre e hija.

Cómo cuando su mamá se fue, él lloró sin parar durante días. Pero ella más. Eso sí, fueron uno juntos en ese momento y siguen siendo uno ahora.

Cómo los dos miran al futuro unidos de una forma esperanzadora, retadora, dejando la tristeza atrás para que sea vapuleada por el silencio. 

Cuando dos manos se unen y caminan juntas, si lo hacen con ilusión y decisión, no hay nada que las separe.

Esta tarde vi algo muy bonito desde este punto de la pared de esta habitación (vivo en un primer piso). A través de la ventana pude ver cómo los dos salían del coche y se dirigían camino aquí a la casa. Pero antes se pararon en mitad de la calle. Ella le dijo algo a él y estuvieron charlando durante unos minutos. 

Era tarde, pero no había prisa.

Era tarde, pero esa conversación era lo único que importaba.

Era tarde, pero el tiempo se había parado a descansar para su suerte.

Era tarde, pero no les importaba.

Era tarde, pero ese era su momento, la cena e ir a la cama rápido podían esperar.

Era tarde, pero para ellos era pronto.

Padre e hija pasaban los días disfrutando el uno de la otra y viceversa. Daos cuenta de que yo solo os puedo contar lo que veo y oigo desde aquí... Me encantaría poder vivir cada una de las situaciones que viven juntos. Esto es muy bonito. Pero me tengo que conformar con lo que acontece entre estas cuatro paredes, o como mucho, lo que veo en la calle cuando se aproximan a la vivienda, como antes os relataba.

Por aquí hay bastantes objetos pero tengo la desolada sensación de que soy al único al que le importa esta pareja de seres humanos. Bueno, como mucho, os diría la silla, que parece bastante atenta cuando están por aquí, pero vamos, poco más, el resto de objetos son bastante planos cerebralmente y aburridos por estos lares. Lo siento, pero tengo que decirlo, llamadme "antisocial"...

Vivo por y para ellos dos.

Vivo queriendo seguir aprendiendo de todo esto, porque a ser feliz se aprende.

Vivo alegre, paciente, reflexionando, amando cada segundo de mi existencia.

Vivo porque me dieron la vida para estar aquí y no puedo más que estar agradecido por ello.

Vivo para presenciar este amor, porque yo soy fruto del mismo.


viernes, 23 de febrero de 2024

Quién lo iba a decir...

Posiblemente el presentador más exitoso de la televisión. Se cumplían ya 7 años de emisión del concurso más visto de la cadena y el segundo de toda la parrilla televisiva del país. Eugenio comenzó su carrera simplemente siendo simpático y bastante gracioso, agradable y ocurrente. Empezó como tertuliano en programas del corazón tras ejercer una época como becario en los informativos de la cadena estatal pública. Curioso giro del destino.

Hace tiempo le llegó la gran oferta: ser presentador de un importante concurso que ya llevaba emitiéndose 12 años. Todo un reto, y es que el anterior presentador era una persona muy querida por el gran público, pero también por sus compañeros de realización. Rápidamente Eugenio cuajó en la audiencia convirtiéndose en una persona muy querida cada tarde, sus compañeros de profesión también estaban encantados con el relevo. No le hizo falta forzar nada, simplemente fue él, lo que siempre había hecho toda su vida.

Un showman en toda regla. Y es que cuando uno disfruta con lo que hace, las cosas salen solas. Una bienvenida enérgica y particular al principio del programa, un chiste apropiado siempre en el momento preciso, un estilo ágil y fresco en general, una sonrisa en la cara en todo momento, una escucha y atención especial a cada concursante y una mirada cautivadora a la cámara (además era guapo el jodido) eran sus señas de identidad.

La gente podría decir que Eugenio era un tío feliz hasta las vísceras, no podría ser de otra manera. A sus 40 años seguro que estaría con una preciosa mujer (que sería actriz o deportista) y un retoño de unos 4 años, por ejemplo. Viviría en una casa grande a las afueras de Madrid. Acudiría frecuentemente a muchas fiestas de "salseo televisivo". Viajaría por placer unas tres veces por año. Por no hablar de los dos cochazos que tendría acunados en el garaje.

Pero no. 

La imagen pública de Eugenio era todo fachada. Vivía en un apartamento bastante grande y bonito, la verdad es que eso sí. Estaba soltero sin hijos. Vapuleado de una relación a otra sin pena ni gloria, nadie encajaba con él a largo plazo. Y no, no iba a fiestas. No le gustaba el postureo que ya de por sí tenía que soportar cada vez que iba a la cadena a grabar. Día tras día la misma falsedad de siempre.

Y es que el mundo aparente no es el mundo real en muchas ocasiones, en demasiadas. Lo que se fabrica en la imaginación no guarda relación con una realidad que huye por escapar y ansía agarrarse a esa imaginación que vive entre paredes de cristal. Corre y corre en esa dirección pero nunca llega a tiempo.

Realmente Eugenio era una persona triste y apagada en el apartado privado. ¡Cualquiera lo diría! 

Se levantaba a las 7.30 de la mañana. Tomaba un café con leche.

Cogía el coche para ir al estudio y grabar durante 5 horas.

Comía, tarde, generalmente una ensalada y un pescado o filete a la plancha. Flan y café largo.

Dormía una siesta de 30 minutos.

Leía o veía alguna serie hasta media tarde.

Iba al gimnasio un rato sin entablar demasiada conversación con la gente que acudía al mismo. 

Una o dos copas de Beronia (siempre el mismo vino).

Cena.

A la cama.

Así el 85% de los días. Lo malo no era lo que hacía, sino que era una persona solitaria. Y no de esas que eligen serlo, sino de esas que no lo desean. No encontraba la chica adecuada, quizás es que era demasiado exigente, decían algunas de las pocas amistades que aún conservaba. Tampoco era una persona especialmente sociable. Y de familia en plan padres, hermanos, primos etc, pues lo justo. Tenía un hermano que vivía en Buenos Aires y unos padres que no se movían de su casa prácticamente.

Eugenio era muy bueno mostrándose como un presentador totalmente empático con los concursantes. Sufría cada premio perdido como si le hubiera ocurrido a él mismo, casi derramaba lágrimas de tristeza. Esa conexión la notaban los espectadores en su casa, viajaba del plató hacia las casas de todos y cada uno de ellos. Por otro lado, se alegraba de manera enfervorecida de los grandes premios ganados por los participantes del concurso. Tal emoción viajaba igualmente a través del espacio y por medio de la televisión se asentaba en miles de hogares.

Todo era falso.

Eugenio hacía un papel, sabía hacerlo muy bien. Sus estudios de interpretación cursados 15 años atrás fueron realmente muy útiles. Eugenio siempre se sintió más un actor que un presentador. En muchas ocasiones, como es la que os relato, ambas profesiones son casi un sinónimo.

Su mente era un desorden in crescendo (casi tanto como este discurso). Poco a poco tornó en depresión. Y la depresión llevó al drama. Y ese día todo pasó bastante rápido.

Llegó el día.

Apareció en el plató, como una mañana más. Comenzó la grabación. Como una mañana más. Miró a cámara y dio la bienvenida a los telespectadores. No precisamente como una mañana más...

- ¡¡¡Buenas tardes queridos amigos!!! Hoy es un día especial para mí. Uno de esos días en los que quiero comerme el mundo, pero lo cierto es que el mundo me va a comer a mi. Os puedo asegurar que vengo preparado para llevaros en una montaña rusa camino al infierno.

El director del programa escuchó esas palabras y se quedó pálido en cuestión de segundos. Sudaba. De repente bajó la cabeza y se le cayeron las gafas al suelo. Sabía que algo no iba a ir bien.

Eugenio miró entonces a la cámara con el piloto rojo y dijo:

- Pequeños hijos de la gran puta. ¿Sabéis qué? Creo que ya estáis en el jodido infierno donde os purgaréis hasta morir una y cien veces más.

Sacó una pistola, apuntó a su sien y se descerrajó un tiro. Cayó al suelo a plomo. 17 segundos después cortaron la emisión. 

Soy el único cinturón que usaba Eugenio. Todo esto que os acabo de relatar lo viví de cerca. Cuando lo llevaron a la morgue y le desnudaron a mi me metieron en una caja con el resto de su ropa y algunos objetos más. Desde entonces vivo en su trastero. Han pasado tres meses y sigue en venta.

Yo sé lo que le pasó a este chico, antes os lo he avanzado ya. ¿Hace falta que os lo repita? Venga va, tengo buen día y no me importa hablar de ello, al fin y al cabo tengo todo el tiempo del mundo metido aquí. 

Era un tío solitario, pero él no eligió serlo. La soledad, o la amas porque la eliges y no quieres dejarla escapar; o todo lo contrario, te la comes cada día aunque no la quieras. Eugenio tenia una imagen, jovial y dinámica, televisiva y superficial, pero su interior caminaba por otro camino. 

Si ya lo dijo Mark Twain: "La peor soledad es encontrarse incómodo con uno mismo”.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Cuestión de paciencia

Y se dejó llevar.

Vagando por una ciudad que no era la suya apenas acertaba a caminar unos débiles pasos seguidos sin que algunos pensamientos le perturbaran. Le costaba dejarse llevar por el nuevo entorno aun tratando de dejar sellada la puerta de su mente al pasado. Ideas, recuerdos, reflexiones e imágenes le asaltaban, trepaban por una maraña de hiedra y siempre llegaban a lo alto del muro. Y con esa dificultad para romper con su propia alma, esa que le atormentaba sin quererlo, caminó y caminó durante horas por el centro de esa desconocida localidad para él. Paso errante y meditabundo al mismo tiempo.

Los copos de nieve le caían amistosamente en la cabeza. Hacía frío. Por suerte, iba bien protegido con unos caros guantes de piel y un buen abrigo que le había regalado ella en su quinto aniversario. 

Ella.

Quien se fue sin aviso. 

Sin permiso. 

Porque el devenir de la vida lo quiso y así tenía que ser.

Decidió calentarse un poco tomando un café con leche en una cafetería que le había llamado la atención. Una de esas que parece anclada en los años 30. Nada más entrar y abrir la puerta del local el calor le invadió la cara, la única zona de su cuerpo descubierta al exterior. Se dirigió a una pequeña mesa que estaba libre situada en la esquina de la sala.

Muchas veces en la vida hay conexiones. Y fue lo que sintió en ese momento. Porque su mente estaba en el pasado y porque ese local era el pasado. El suelo era de baldosa estilo tablero de ajedrez. La barra era de un color marfil fino, de mármol, pesada. Lámparas de techo clásicas. Un camarero con camisa blanca y pajarita. Aroma de café recién molido. Sensación de un pasado que inunda un presente y se resiste a formar parte del ayer. Como sus pensamientos.

Y en ese pasado denso, inquieto y bien filtrado estuvo aproximadamente 45 minutos. La mirada perdida y un ligero olor a incienso recién prendido no le dejaron darse cuenta de algo durante unos minutos. Pero al levantar la vista la vio. 

Tenía el cabello castaño, largo y encoletado, como de haber dedicado poco tiempo a prepararse.

Unos ojos a juego con su pelo que brillaban desde la otra punta del local. 

Una cara amigable, no especialmente guapa pero con unas facciones sencillas y bien definidas.

La mirada decidida aunque absorta.

Un atuendo simple pero elegante, con estilo de un invierno que llega tímido pero con ganas.

Una pose que destilaba estilo e introspección.

Y un café con leche en su mesa también.

Cuando ella levantó la mirada y acertó a ver los ojos de él fijados detenidamente sobre los suyos puso cierta cara de estupor, pero un estupor leve, tímido y con pocas ganar de exaltarse. Más diría de sorpresa. Sus ojos volvieron al café.

Y así pasaron cerca de 30 minutos. Un juego de miradas que no tenía fin. Porque cuando unos ojos buscaban los otros, estos se desviaban y volvían para captar los primeros y entonces estos mantenían la mirada un par de segundos para perderse de nuevo en el vacío. 

Ninguno tomaba la iniciativa, se divertían jugando a buscarse y encontrarse con la mirada como dos quinceañeros.

En la vida hay momentos mágicos que se rompen de manera imprevista, normalmente suele ser así. Y es que en uno de esos instantes de te miro y me miras, él cogió su teléfono en uno de mis bolsillos para mirar la hora, lo guardó de nuevo y levantó la vista de nuevo. Pero ella ya no estaba.

Él pasó esa tarde dando vueltas y vueltas por la ciudad hasta que se hizo de noche. Vagando como algún personaje enamorado de "Leyendas" de Bécquer o el mismísimo Augusto Pérez, el protagonista de "Niebla" de Unamuno. Caminaba enredado como una serpiente pero lento como una lombriz. Frustrado como una tortuga e impaciente como un gato.

Se instaló en un pequeño piso a las afueras y se quedó a vivir en esa ciudad.

Cada martes a la misma hora solían verse en la misma cafetería durante aproximadamente una hora. Cada uno en la misma mesa de siempre o alguna cercana. Nunca hablaban. Se miraban de igual manera que el primer día. Pero sin acercarse ni hablar. En ocasiones era él el que se levantaba y se marchaba y en ocasiones era ella. La segunda vez fue él, por aquello del orgullo, esa cosita infantil que todos tenemos dentro en mayor o menor medida y que tantos problemas de comunicación y afecto genera.

Fueron cinco martes. El sexto fue diferente.

Mismo sitio. Misma hora. Pero ella no aparecía. Él se comenzó a impacientar. Esto no era normal, ella era muy puntual siempre. Fueron dos horas de espera.

Y la impaciencia se tornó en resignación.

No tenía sentido seguir esperando. Me recogió de la silla, me puso sobre él y salió de la cafetería. Hacía frío y no se puede ir por ahí sin abrigo así como así. Ya solo faltaba que cogiera un resfriado...

Caminó en dirección a su casa enfadado consigo mismo y haciéndose preguntas. ¿Cómo era posible que se hubiera encaprichado así como un niño? ¿Por qué nunca tuvo la iniciativa de hablar con ella? Fueron cinco oportunidades diferentes las que tuvo. Pero nunca tuvo valor. Supongo que lo que sentía en la distancia era tan fuerte y especial que estaba temeroso de recibir una respuesta negativa.

Apenas dobló la esquina para entrar en el portal de su casa, la vio. Allí estaba ella. ¿Esperándole? ¿O era casualidad? Le miraba fijamente. Él, cuyo paso había parado de golpe al verla en la puerta de su casa, comenzó a andar de nuevo hacia ella. Un paso, dos, tres, cuatro. Y así hasta diecisiete.

- Bueno, creo que ya era hora, ¿no? - dijo ella sonriendo.

Él no acertó a responder. 

Simplemente disfrutó el momento

Se acercó más a ella.

Se besaron.

Se abrazaron.

Disfrutaron el momento.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Soy lo que mueve el mundo

Vivimos en un planeta donde reina la ambición, el egoísmo y el poder

Según la RAE:

Ambición: "Deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama."

Egoísmo: "Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás."

Poder: "Tener más fuerza que alguien, vencerlo luchando cuerpo a cuerpo."

Yo soy lo que mueve el mundo, el maldito dinero (luego les concretaré un poco mi existencia). Y tengo la poca vergüenza de tildarme con tal adjetivo sin rubor, no me importa. Cuando la realidad es la que es, soportada con tantos hechos a lo largo de tantos miles de años, poco debo sonrojarme al respecto.

Sí, el mundo se mueve por ambición, egoísmo y poder. Tres términos que se revuelcan juntos en una masa de barro sucia, cruel y despreocupada.

La religión siempre ha tenido como excusa ciertos principios morales basados en sus propias doctrinas para hacer la guerra. ¿La realidad? El dinero. Siempre fue relativamente fácil engañar a los fieles haciéndoles creer que es Dios quien ordena y que, nosotros los mortales, debemos seguir su mandato. Sí, claro, para que unos pocos se llenen los bolsillos.

La política, tres cuartos de lo mismo. Dame poder, y a más poder, dame más dinero. Nada más importa. No se crean nada de esta gente. Yo no les doy credibilidad. Siempre ha sido así a lo largo de toda la historia. De hecho, las actuales grescas entre políticos son el fruto por ejemplo del Senado de la República romana. Nada ha cambiado, la oratoria, la persuasión y la negociación reinan en esté área.

Innumerables guerras entre imperios o países a lo largo de toda la humanidad. Nunca se tiene suficiente, siempre se quiere más. ¿Cómo es posible que un gran imperio con una gran extensión de tierra, tierras y popularidad quiera seguir expandiéndose más y más? Romanos, mongoles, persas, británicos, españoles y nazis, por ejemplo, nos han demostrado que el afán humano por crecer espacialmente y acumular poder no tiene límites.

Supongo que esto de la expansion territorial es algo innato en el ser humano desde el origen de la humanidad. Me gustaría ligarlo al descubrimiento, a la curiosidad, al conocimiento; pero mucho me temo que siempre va relacionado a buscar nuevas maneras de hacerse rico (en forma de recursos minerales, por ejemplo). Ahora la conquista es Marte, porque supongo que nuestro planeta ya se nos ha quedado pequeñito.

Eso sí, por aquí seguimos tratando de amasar dinero de manera ilegal en muchas ocasiones. ¿Sabéis cuales son las tres actividades del crimen organizado que recaudan más dinero en el mundo en este momento? 

En primer lugar, el tráfico de drogas. Fundamentalmente se produce en los países pobres y se exporta a EE.UU y Europa, es decir, a los ricos. Curioso. Desde la explosión del narcotráfico en Occidente con los cambios culturales de los años 60, ninguna estrategia política ha dado resultados reales para combatirlo. O quizás no ha interesado en muchas ocasiones, pero bueno, ese es otro melón que podemos abrir en otro momento.

En segundo lugar, la falsificación de productos. La Organización Mundial de Aduanas calcula que estos productos conforman entre el 5% y el 7% del comercio global. Productos textiles, perfumes, juguetes, medicamentos...

En tercer lugar, la trata de personas. La esclavitud del siglo XXI. Definida por la RAE como la "captación, transporte, traslado, acogida o recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. La explotación puede consistir, como mínimo, en la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos."

Todo lo anterior visto a gran escala. Pero podríamos hablar largo rato de lo despreciables que sóis a pequeña escala cada uno de vosotros a causa del parné. Y de cómo el consumismo os tiene totalmente obnibulados, o mejor dicho, gilipollas perdidos.

Éste que les habla, un billete de 5€, tiene envidia, mucha envidia. Me gustaría ser uno de esos petulantes billetes de 100€ pero debo conformarme con cómo vine al mundo. Y es que rodeando al dinero hay mucha envidia, pero también mucho egoísmo, codicia, avaricia y ambición. Yo mismamente soy un ejemplo claro. Apesto.

viernes, 21 de julio de 2023

Juntos en el más allá

Egoitz era un chaval de 27 años dedicado a su gente; primero ellos siempre, luego él. Vasco natural de Durango afincado en Asturias. Un chico normal. Aficionado al ajedrez, seguidor de Reincidentes, amante de la cerveza, practicante de senderismo a medio nivel, amante de la ilustración y diseñador gráfico de profesión. Un poco susceptible y gilipollas a veces cuando estaba algo borracho y bastante brusco al hablar; pero bueno, que nadie es perfecto, ¿no?

Una tarde de sábado a las 17.33 horas un Citroën Xsara Picasso de la Policía Nacional a 100 km/h se lo llevó por delante en el cruce de la calle Leopoldo Calvo Sotelo con la calle de Llamaquique de la ciudad de Oviedo. Salío volando 12 metros y su cabeza impactó contra una marquesina de autobús. Muerto en el acto.

De esto hace hoy exactamente 5 años. Son las 17.00 horas de un domingo cualquiera de agosto de 2023. Amaia está sentada en su sillón de mimbre de la salita de estar totalmente en silencio. Es un nuevo aniversario de la muerte de su hijo. Hoy se levantó a las 8.00 horas, lloró mucho en el cementerio a las 9.30 horas y se metió en la cama desde las 11.00 horas hasta las 15.00 horas. Vacía. Sola. Aletargada. Con el corazón ido y perdido en otra dimensión.

Apenas dos semanas después del accidente en el que se nos fue Egoitz llegaron las discusiones con su marido. El dolor se tornó en desastre y odio. La convivencia se volvió en algo inaguantable. El amor se apagó en un estanque seco. Las culpas eran cuchillos medio afilados al inicio de las discusiones y puñales sedientos de sangre pasados los minutos. Finalmente, el matrimonio se rompió y cada uno hicieron sus vidas por separado.

A estas alturas del relato debo decirles que soy el paragüas que Amaia regaló a Egoitz por su 14 cumpleaños y que éste nunca llegó a usar porque no le gustaba usar este tipo de artilugios. Estoy aquí en una esquina de la sala desde entonces. Y desde aquí veo, siento, lloro y acompaño a la tristeza que embarga a esta casa día tras día.

Porque la vida pega muchas vueltas. Y es que la felicidad puede mutar en crisis y ésta ponerse de color morado enfermo. Y luego morir. Cuando una felicidad muere, cuesta que vuelva a respirar.

He visto llorar a Amaia cada día de estos 5 años. Sí, joder, cada puto día de estos indeseables 5 años. Yo no lo soporto más, perdonad si hablo mal pero esto es duro. Vivo con ella, aunque ella no sabe que estoy aquí observando, sintiendo, añorando de alguna manera a ese chaval también casi tanto como ella. Esto es muy doloroso.

Recuerdo el día del cumple cuando me regaló a su hijo. Egoitz había abierto ya varios regalos contento fuera de sí. Entonces llegué yo. Fui el peor de todos para él. El muy cabrón me tiró a una esquina de la sala. Y desde entonces ahí sigo. Sí, ya sé que suena surrealista, pero es que no me han movido desde entonces. Verídico.

Volvamos al momento. Hoy es el aniversario de la muerte de Egoitz. Amaia acaba de levantarse de su sillón y se ha dirigido a la habitación del chico. Ha cerrado la puerta. Pasan unos cinco minutos y se oye lo que yo me temía. Suena "Un día más" de Reincidentes. Lo canta Fernando Madina Pepper.

Sed, llega el anochecerDinero o placerTodo a distorsionar.Más, reírme sin pararLlegar donde tú estásNo hay mucho por hacer.

Amaia sale de la habitación del chico y acaba de sentarse en su sillón de mimbre de nuevo. Amaia se fuma un cigarro. Amaia saca algo del bolsillo de su bata, lo tenía ahí desde la mañana. Se trata de un bote de pastillas. Lo vierte en su boca. Amaia cierra los ojos, trata de recordar momentos felices del pasado sin saber cuánto tiempo debe estar así hasta irse. 

Yo seguiré aquí, hasta que alguien venga a encontrase conmigo, recoja este paragüas y me tire a la basura. Y entonces yo muera también de alguna manera. Siempre pensé en el valor de todo lo que he vivido. Como dijo André Malraux: "La muerte sólo tiene importancia en la medida que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida."

Creo que pronto, muy pronto, Egoitz, Amaia y yo estaremos juntos en el más allá.



viernes, 16 de junio de 2023

Cuando la mala suerte persigue a la buena

Una botella de vino rota en el suelo a escasos dos metros fue lo primero que vieron sus ojos cuando estos despertaron. Se encontraba boca abajo sobre la alfombra del salón. Un rayo de sol le daba directamente en la cara, lo que no impidió que pudiera ver que toda la zona en la que se encontraba estaba manchada de sangre. Le habían golpeado fuertemente en la cabeza y estaba atarantado. 

Trató de levantarse y sintió una punzada de dolor tremenda en la pierna. Se cayó al suelo. Pudo ponerse en pie de nuevo con dificultad, apoyarse en un costado del sofá y, dejándose caer, sentarse de mala manera en el mismo. La cabeza le daba vueltas sin parar y se le fue sola hacia atrás contra el respaldo. Seguía medio desmayado aún. De repente, sus ojos la vieron. Era Clara. Estaba postrada en el suelo a escasos metros de la puerta de la entrada. Sus ojos le miraban, o eso parecía. Él sentía cómo su mirada le traspasaba, le miraba llegando hasta la pared de atrás de sí tras cruzar sus ojos y atravesar su nuca; pero era una mirada vacía. Y es que su gran amor llevaba sin vida varias horas ya.

Maldita maleta de droga.

Una lágrima decidió que el suicidio terminaría consigo misma en ese momento y se desplazó por el conducto lagrimal hasta su mejilla, de ahí cayó hasta su mandíbula, para terminar muriendo en su camisa. Todo esto lentamente. Muy lentamente. Él sintió en ese mismo momento también que su vida  terminaba ahí mismo. 

De repente apareció una sombra al final del pasillo, apenas visible. Se estremeció, apenas podía moverse del sofá, estaba casi desmayado. Pensó que no tendría que poner fin a su vida porque en escasos minutos quienquiera que fuese el que había visitado su casa la noche anterior terminaría con él en ese momento. Maldita maleta de droga.

-¿Papá? - escuchó. Era un tono asustado, aterrado, en un fino hilo de voz...

- Cari... Y paró en seco la palabra. Regurgitó y expulsó bastante sangre por la boca. Tosió y echo más líquido pintado con hemoglobina. Era posible que en la paliza le hubieran dañado los pulmones, o quizás el estomágo...

Pasaron unos segundos y pudo articular palabra. Pero antes pensó: maldita maleta de droga.

- Eres muy valiente campeón. Sergio, tienes que ayudar a papá, ¿vale? Busca mi teléfono...

- Papá, ¿por qué mamá tiene así el cuello de sangre y no se mueve? Tengo mucho miedo. ¿Qué pasa? ¿Ha venido un monstruo a asustarnos?

- Sergio, vida, tienes que encontrar mi teléfono cariño. ¿Ayudas a papá a encontrarlo?

Ya nada le importaba. Y da igual que siga contando cómo acabó esta historia. ¿Y sabéis por qué? Porque todo daba igual ya, si a él ya nada le importó en su vida desde ese día, ¿por qué debe importarnos a nosotros? Carla se había ido de su lado para siempre por su culpa. El auténtico amor de su vida. Su segunda pareja importante (llegarían otras dos) y la que recordaría como la más pura, verdadera y auténtica en el lecho de muerte al final de su vida.

Maldita maleta de droga.

Voy a contaros por qué pasó lo que pasó, el camino de ida de un infortunio que se sintió aterrado, el comienzo de una historia con final agrio pero realista al tiempo.

Él había cumplido 32 años y terminaba de salir de una relación de esas que podríamos denominar como turbulentas. Insanas, absurdas e imposibles. Y curiosamente, fácilmente olvidables. Digamos que el día que la conoció ella ya era cenizas. A la semana conocio a Carla. Fue en una gasolinera. Ambos echando gasolina al mismo tiempo. El miraba su culo sin que ella se diera cuenta. Y su Seat hacía lo mismo con el de ella justo delante. De repente la chica se dio la vuelta y le miró. Le pilló mirando su trasero, claro.

- Me has cazado, ¿no? - dijo poniéndose algo rojo.

- Lo he notado desde hace rato chaval, no te rayes - contestó sonriendo.

Ella terminó antes, fue adentro del local a pagar, volvió y le dejó un papel en el asiento del conductor. Volvió a su coche, arrancó y se fue.

Él no pudo esperar y salió corriendo hacía su coche en ese momento. La chica le había encantado y se quedó flipado con lo que había hecho. Cogió el papel y leyó:

--- Si tantos cojones tienes para mirarme así, a ver si los tienes para contactarme mañana, que nos veamos y mirarme igual, pero a la cara. Bombón. Mi telegram es @jess85_pow ---

Y ahí comenzó todo. Maldita maleta de droga.

La relación fluyó como fluyen los peces en el mar. Y da igual el mar y da igual el tipo de pez. Fluyen. Siempre.

Sin embargo él se metió en un tema algo complicado para sacar un dinero rápido y fácil. Llevaba tiempo "joseando" calles con poco tema y se dijo, hagámoslo a lo grande. Y la buena reputación le llevó a casa de un búlgaro llamado Emil Antov. Y una conversación parecida a la de Tony Montana y Alejandro Sosa le llevó a una maleta de 15 kg de coca. Ya medio cortada, pero eso no lo vamos a explicar aquí, es irrelevante. El caso es que se llevó la maleta de malas maneras. Sin pagar. Esto tampoco lo vamos a explicar aquí, porque tuvo ayuda y fue algo caótico.


El asunto es que se las ingenió para huir y ahí se cocieron demasiados enemigos. Primero Antov, que se la tendría jurada y no iba a permitir que pasaran más de 72 horas sin cobrarse lo suyo; segundo sus dos colegas, dos yonkis a los que dejó tirados en cuanto pudo; y tercero un colombiano llamado Gabriel, el propietario real de la maleta.

Sí, la maldita maleta de droga. Y yo soy esa puta maleta que os habla desde hace rato. He vivido esta historia desde cerca desde el principio. El chico la verdad es que se lo hizo después bien y se escapó de la ciudad con Carla y su niño a 700 kilómetros de distancia sin dejar rastro.

Pero la mala suerte persigue a la buena.

Maldita maleta de droga.