viernes, 16 de junio de 2023

Cuando la mala suerte persigue a la buena

Una botella de vino rota en el suelo a escasos dos metros fue lo primero que vieron sus ojos cuando estos despertaron. Se encontraba boca abajo sobre la alfombra del salón. Un rayo de sol le daba directamente en la cara, lo que no impidió que pudiera ver que toda la zona en la que se encontraba estaba manchada de sangre. Le habían golpeado fuertemente en la cabeza y estaba atarantado. 

Trató de levantarse y sintió una punzada de dolor tremenda en la pierna. Se cayó al suelo. Pudo ponerse en pie de nuevo con dificultad, apoyarse en un costado del sofá y, dejándose caer, sentarse de mala manera en el mismo. La cabeza le daba vueltas sin parar y se le fue sola hacia atrás contra el respaldo. Seguía medio desmayado aún. De repente, sus ojos la vieron. Era Clara. Estaba postrada en el suelo a escasos metros de la puerta de la entrada. Sus ojos le miraban, o eso parecía. Él sentía cómo su mirada le traspasaba, le miraba llegando hasta la pared de atrás de sí tras cruzar sus ojos y atravesar su nuca; pero era una mirada vacía. Y es que su gran amor llevaba sin vida varias horas ya.

Maldita maleta de droga.

Una lágrima decidió que el suicidio terminaría consigo misma en ese momento y se desplazó por el conducto lagrimal hasta su mejilla, de ahí cayó hasta su mandíbula, para terminar muriendo en su camisa. Todo esto lentamente. Muy lentamente. Él sintió en ese mismo momento también que su vida  terminaba ahí mismo. 

De repente apareció una sombra al final del pasillo, apenas visible. Se estremeció, apenas podía moverse del sofá, estaba casi desmayado. Pensó que no tendría que poner fin a su vida porque en escasos minutos quienquiera que fuese el que había visitado su casa la noche anterior terminaría con él en ese momento. Maldita maleta de droga.

-¿Papá? - escuchó. Era un tono asustado, aterrado, en un fino hilo de voz...

- Cari... Y paró en seco la palabra. Regurgitó y expulsó bastante sangre por la boca. Tosió y echo más líquido pintado con hemoglobina. Era posible que en la paliza le hubieran dañado los pulmones, o quizás el estomágo...

Pasaron unos segundos y pudo articular palabra. Pero antes pensó: maldita maleta de droga.

- Eres muy valiente campeón. Sergio, tienes que ayudar a papá, ¿vale? Busca mi teléfono...

- Papá, ¿por qué mamá tiene así el cuello de sangre y no se mueve? Tengo mucho miedo. ¿Qué pasa? ¿Ha venido un monstruo a asustarnos?

- Sergio, vida, tienes que encontrar mi teléfono cariño. ¿Ayudas a papá a encontrarlo?

Ya nada le importaba. Y da igual que siga contando cómo acabó esta historia. ¿Y sabéis por qué? Porque todo daba igual ya, si a él ya nada le importó en su vida desde ese día, ¿por qué debe importarnos a nosotros? Carla se había ido de su lado para siempre por su culpa. El auténtico amor de su vida. Su segunda pareja importante (llegarían otras dos) y la que recordaría como la más pura, verdadera y auténtica en el lecho de muerte al final de su vida.

Maldita maleta de droga.

Voy a contaros por qué pasó lo que pasó, el camino de ida de un infortunio que se sintió aterrado, el comienzo de una historia con final agrio pero realista al tiempo.

Él había cumplido 32 años y terminaba de salir de una relación de esas que podríamos denominar como turbulentas. Insanas, absurdas e imposibles. Y curiosamente, fácilmente olvidables. Digamos que el día que la conoció ella ya era cenizas. A la semana conocio a Carla. Fue en una gasolinera. Ambos echando gasolina al mismo tiempo. El miraba su culo sin que ella se diera cuenta. Y su Seat hacía lo mismo con el de ella justo delante. De repente la chica se dio la vuelta y le miró. Le pilló mirando su trasero, claro.

- Me has cazado, ¿no? - dijo poniéndose algo rojo.

- Lo he notado desde hace rato chaval, no te rayes - contestó sonriendo.

Ella terminó antes, fue adentro del local a pagar, volvió y le dejó un papel en el asiento del conductor. Volvió a su coche, arrancó y se fue.

Él no pudo esperar y salió corriendo hacía su coche en ese momento. La chica le había encantado y se quedó flipado con lo que había hecho. Cogió el papel y leyó:

--- Si tantos cojones tienes para mirarme así, a ver si los tienes para contactarme mañana, que nos veamos y mirarme igual, pero a la cara. Bombón. Mi telegram es @jess85_pow ---

Y ahí comenzó todo. Maldita maleta de droga.

La relación fluyó como fluyen los peces en el mar. Y da igual el mar y da igual el tipo de pez. Fluyen. Siempre.

Sin embargo él se metió en un tema algo complicado para sacar un dinero rápido y fácil. Llevaba tiempo "joseando" calles con poco tema y se dijo, hagámoslo a lo grande. Y la buena reputación le llevó a casa de un búlgaro llamado Emil Antov. Y una conversación parecida a la de Tony Montana y Alejandro Sosa le llevó a una maleta de 15 kg de coca. Ya medio cortada, pero eso no lo vamos a explicar aquí, es irrelevante. El caso es que se llevó la maleta de malas maneras. Sin pagar. Esto tampoco lo vamos a explicar aquí, porque tuvo ayuda y fue algo caótico.


El asunto es que se las ingenió para huir y ahí se cocieron demasiados enemigos. Primero Antov, que se la tendría jurada y no iba a permitir que pasaran más de 72 horas sin cobrarse lo suyo; segundo sus dos colegas, dos yonkis a los que dejó tirados en cuanto pudo; y tercero un colombiano llamado Gabriel, el propietario real de la maleta.

Sí, la maldita maleta de droga. Y yo soy esa puta maleta que os habla desde hace rato. He vivido esta historia desde cerca desde el principio. El chico la verdad es que se lo hizo después bien y se escapó de la ciudad con Carla y su niño a 700 kilómetros de distancia sin dejar rastro.

Pero la mala suerte persigue a la buena.

Maldita maleta de droga.