jueves, 7 de marzo de 2019

Pensamientos inertes ante una sociedad muy viva

Porque me han obligado a que palidezca impasible a este desatino y no lo voy a hacer. Me tengo que callar porque me están amordazando. Lo quieren así pero huyo de su astucia, a esa se la ve venir de lejos. Estoy escuchando "The Last Waltz" desde un rincón de la oficina, riéndome de todo y, sobre todo, muriendo tranquilo al son de mis acordes favoritos.

Es la historia de un bolígrafo en un mundo moderno, digital y que se abraza a lo inevitable.

Se dice, se cuenta, que nuestro inventor fue John Loud, un curtidor de pieles norteamericano que en 1888 le puso una bolita a un tubo de tinta para marcar las líneas de sus obras. Como suele ocurrir en estas cosas, Loud nunca llegó a patentar su "ocurrencia" y fue el húngaro Ladislao José Biro, inventor y periodista de profesión, quien se llevó todo el mérito oficial.

Sea como fuere, todo eso suena a hojalata de desván. Este que les habla lo hace de lo que oye hoy día: asistentes virtuales, robots para casi todo, miles de aplicaciones para móviles... Y lo que es peor, esos malditos teclados. Y aunque me duela, debo recordar a Darwin ahora con aquello de que "no es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios".

En las escuelas a nosotros nos van sustituyendo por tablets. Arpías egoístas y además laberínticas si les pedimos ayuda. No saben escuchar. No quieren escuchar. La cuestión es, ¿lo haría yo en su lugar? Autocrítica es lo que hago. ¿Por qué? Porque yo en su día también fui una sustitución, o mejor dicho una evolución. De la pluma. Y ahora estamos hablando ya de bolígrafos inteligentes y digitales.

No puedo más que refugiarme en mi dueño. Este hombre sí que sabe tenerme respeto. Y yo se lo agradezco. Allá donde va me lleva y me usa siempre que puede. Además, debo decirles, veo una muesca de satisfacción cada vez que me saca y me usa. Yo le devuelvo la sonrisa, aunque quizás nunca sepa lo orgulloso que estoy de él, seguro que mucho más de lo que él podrá estar de mí.

Abocado a morir, pero contento; perdón, mucho más que eso, feliz. He disfrutado cada palabra que he escrito, he aprendido, he conocido y he vivido más que nadie. ¿Quién puede robarme esto?

No obstante, las palabras palabras son. Esencia inmutable desde hace miles de años. Lo único que evoluciona es el canal de transmitirlas. Y esto cada vez va más rápido.