martes, 1 de noviembre de 2011

Conociendo mucha gente sin moverme del sitio

He oído que aquí los objetos tienen palabra y he querido hacerme un hueco. Quizás un ascensor no es un objeto en sentido estricto pero me han permitido unas líneas y a ello voy. Se ha ido la luz y tengo unos minutos para escribir.

Aburrirme no me aburro. Mecánicamente la verdad es que tampoco hago nada del otro mundo. Arriba y abajo, arriba y abajo... Así todo el día. Sin embargo, estoy orgulloso de mi labor. Desde que el primer ascensor para pasajeros del mundo vino al mundo en 1857, el ser humano debe de estar agradecido de que siempre estemos ahí.

Soy un modesto "ascensor de barrio", aunque nada envidio a esos gigantes de los grandes almacenes. Las historias que yo vivo no las viven esos ricos. Ayer a eso de las 15 horas entró la señora coja del 4ºB y el chico fiestero del 4ªA. Es curioso lo incómodos que estaban. Uno sabiendo la que había liado el día anterior y la otra sabiendo que fue ella quien llamó a la policía. Pero ni una mísera palabra. Mira que es cínico el ser humano, y disculpen, no quiero ofenderles.

La incomodidad que aflora entre dos personas, o más (cuantas más, mejor me lo paso), encerradas en un metro cuadrado es inmensa, descomunal, digamos infinita, y no me paso. Qué gracioso es ese traqueteo de llaves, esa mirada al móvil (el fondo pantalla, para unos segundos cumple su función), ese "miro al techo" o "me miro los zapatos", etc.

El más osado suelta ese típico "menudos días de lluvia llevamos". Odio que hablen del tiempo en mi presencia, lo malo es que no puedo evitarlo, y es algo bastante habitual.

Bueno amigos, un placer. Ha vuelto la luz al edificio y tengo que volver al trabajo. Quizás regrese en otra ocasión a contarles cosas, si ustedes me lo permiten. Un saludo y, por favor, no hablen del tiempo en el ascensor. Nosotros se lo agradecemos.

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