Digamos que éramos de diferente clase social. Yo: destartalado, miserable, casi ruinoso; un mendigo del puerto. Ella: preciosa, impoluta, pulcra. La embarcación más atractiva que he visto en toda mi vida. Un ángel de la mar.
Recuerdo el primer día que la vi. Se llevaron de mi lado un yate bastante lujoso. No solo me quité de encima ese barquito altivo y almidonado, sino que desde aquel día he tenido la vista deleitada gracias a mi compañera, esa a la que no veo desde hace días. Nunca le importó que yo fuera de clase baja. Siempre me miró con ojos cariñosos.

Ahora recuerdo esos atardeceres con olor a canela salada casi agarrados de la mano. Nunca pudimos hablar pero sé que, de haberlo hecho, solamente nos habríamos dicho una cosa: "te quiero". No haría falta decirse nada más.
Los objetos nunca hablamos pero pensamos mucho, y sentimos mucho más todavía, quizás más que los humanos.
En este momento no sé qué será de ella, dónde estará o si volverá. Su plaza aún no ha sido ocupada pero presiento que se la han llevado para no volver. Lo único que quiero es que sea feliz allá donde esté. Y que viva de nuestro recuerdo tanto como lo hago yo. Eso no puede quitárnoslo nadie.
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