martes, 14 de julio de 2015

Unidas para siempre

Representar en la actualidad al juguete más antiguo del mundo es todo un orgullo. Los primeros restos de muñecas datan del siglo XXI antes de Cristo, según lo que la arqueología nos cuenta tras el descubrimiento de algunas tumbas egipcias que así lo atestiguan.

Yo vivo con esta familia desde hace 10 años, una eternidad desde mi punto de vista, pero una eternidad bonita, cautivadora y reconfortante. Hace ya un tiempo que la niña dejó de jugar conmigo y ahora figuro más como un elemento de decoración que otra cosa. No me importa, siempre me he sentido como uno más de la familia y así sigue siendo. Me transmiten tranquilidad y sosiego y debo decir que aprendo mucho de ellos.

Recuerdo con añoro el día en el que llegué a esta casa. Había estado dos días en una estantería de unos grandes almacenes cuando un joven alto, moreno y afable se acercó a recogerme. Nunca olvidaré las lágrimas de emoción de la niña cuando abrió el paquete en el que me encontraba y vio que su primer deseo en la lista de regalos a los Reyes Magos estaba delante suyo.

A partir de ahí comenzó una bonita amistad entre nosotras. El primer día me presentó al resto de compañeros de la habitación. Y a
partir de ahí no nos separamos ni un solo día, incluso dormíamos juntas cada noche, me abrazaba y se lanzaba a soñar. Por la mañana despertaba y me daba los buenos días. Cuando llegaba por la tarde del parvulario lo primero que hacía era venir a darme un beso. Jugabamos durante un rato antes del baño, eso sí, después de hacer los deberes.

Siempre tuve buena relación con el resto de muñecas, y eso que yo era su favorita, no hubo envidias de ninguna. La verdad es que somos una buena colección. No llegamos al nivel de las 15000 barbies de una alemana que ostenta el Récord Guinness, pero se podría decir somos un buen grupito. Todas hemos pasado buenos momentos con la niña.

Recuerdo una ocasión en la que su madre, limpiando la casa, me puso por un momento en una estantería fuera de la vista de la cría. Y olvidó bajarme de nuevo. No podéis imaginaros el disgusto que se llevó al no encontrarme hasta que me bajaron de aquel altivo sitio y pudo abrazarme de nuevo. Juró que nunca más me dejaría sola, mientras se secaba las lágrimas de los ojos.

Poco a poco la pequeña se fue haciendo mayor y empezó a dedicarme menos atención. Yo al principio no quise darle mucha importancia pero la verdad es que finalmente el cambio fue bastante repentino. Sin apenas haberme dado cuenta, la niña ya no venía a darme un beso al volver de la escuela ni me arropaba por la noche junto a ella. Todo se fue difuminando para acabar convirtiéndome en una figurilla más en la habitación. Ella ya cuenta ahora con 15 años y es casi toda una mujercita, cualquier día dejará esta casa y formará una familia.

En alguna ocasión me mira, sus ojos se cruzan con los míos por unos segundos. Me pregunto si consigue recordar algo de lo que vivimos antaño. Me pregunto si es capaz de traer al presente alguno de esos momentos que compartimos y que yo recuerdo con tanto cariño. Quiero pensar que sí, que seguimos unidas para siempre.

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