martes, 22 de septiembre de 2015

Viviendo de cerca una de las batallas más humillantes para Roma

El campo está sembrado de cuerpos mutilados, bañado de sangre, apestado de vergüenza, sediento de venganza y rabioso hasta lo más profundo de su ser. Este ha sido uno de los enfrentamientos más humillantes para la República de Roma. Tan solo puedo escuchar el sonido de los buitres arrancando los trozos de cuerpos de los cadáveres y los llantos agonizantes de aquellos que han tenido la mala fortuna de no tener una muerte tan rápida.

Nos situamos en Carras, al este de la actual Turquía, sopla el viento del año 53 a.C. La ambición y ansia de lograr una conquista histórica que aumentara el prestigio de Marco Licinio Craso en Roma ha llevado a la muerte a cerca de 20.000 legionarios y a teñir la República de un color sangre y sonrojo por tal degradante derrota.

A mi izquierda puedo vislumbrar varios cientos de muertos acribillados por un océano de flechas. Puedo reconocer en sus rostros los gestos de sorpresa y asombro ante tal inesperada muerte. Los partos oscurecieron el cielo con sus flechas y los scutum romanos no pudieron frenar la ofensiva a larga distancia. Esto ha sido un completo desastre.

A mi derecha se encuentra un soldado de unos 20 años postrado de rodillas con la cabeza frente al suelo. Tiene el cráneo abierto y parece que el brazo partido. Un reguero de sangre fluye por su cabeza manchando el casco Coolus, armadura y suelo. Su vida fue arrebatada por un parto al mando del general Surena. Quizás nunca llegó a imaginar que su cohorte quedaría reducida a la nada, como casi la totalidad del ejército dirigido por Craso.

He podido ver en los rostros de estos guerreros romanos todo el valor y tesón necesarios para vencer a los partos, pero la estrategia no ha sido la adecuada. Nos han vencido en todos los sentidos. Esto ha sido un error desde el comienzo.

Los jinetes auxiliares galos comandados por el hijo de Craso poco pudieron hacer contra los catafractos partos, quienes cargaron posteriormente contra varias unidades de legionarios provocando la destrucción que tengo a mi vista en estos momentos. El paisaje es desolador. Me siento impotente. Al fin y al cabo mi poder de decisión era poco menor que el de estos pobres humanos. Apenas los centuriones y los propios legados han tenido margen de acción en esta cruenta batalla. Gracias a un solo hombre, Roma ha sufrido unas de sus más humillantes derrotas hasta el momento. Y todo por su ansia de victoria para plantar cara a dos exitosos militares como Pompeyo y Julio César.

Política a parte, lo cierto es que esto ya no tiene marcha atrás. No sé qué será de mí, a dónde iré a parar, qué manos empuñarán este valiente gladius en el futuro. Les aseguro que hoy hice todo lo que estaba en mi mano, pero supongo que el destino estaba escrito y esto tenía que acabar así. Deseénme suerte porque seguro que ésta solo es una batalla más para mí.

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