miércoles, 28 de diciembre de 2022

Olor a vainilla tántrica

Luciano y Valeria se conocían desde hacía ya 5 meses. Y fue por casualidad, como en las películas, haciendo cola para comprar el pan en un céntrico establecimiento cercano al Palacio de los Normandos de Palermo. Hubo una mirada recíproca y reveladora y ella decidió jugársela y darle un papel a él con su número de teléfono. No hubo palabras, no hicieron falta.

Y comenzó la historia. Ella se ilusionó de nuevo y descubrió que el amor podía volver a entrar en su vida. Él, en cambio, se dejó llevar sin grandes expectativas y aceptó una primera cita aún con dudas. Su mujer había fallecido hacía 2 años de un accidente de coche y aún vivía apegado a los pensamientos de Theodore en la película Her: A veces creo que he sentido todo lo que voy a sentir. Y de ahora en adelante, no voy a sentir nada nuevo. Solo versiones más pequeñas de lo
que ya sentí.

Yo soy el anillo de matrimonio de Luciano. Siempre que entra en casa de Valeria, donde tienen habitualmente la mayoría de sus encuentros más íntimos, me deposita en la mesilla de la entrada de la casa. Me siento rechazado y despreciado, pero no le culpo. He vivido con él estos 2 años y he llorado casi tanto como lo ha hecho él. Sin embargo, Valeria le ha cambiado, veo un semblante bonito en su cara, radia esperanza de futuro, ilusión. Pero también veo en su mirada un ancla que no le deja avanzar, una cadena que le arrastra cuando él intenta subir la montaña con todas sus fuerzas.

El sexo entre ellos es intenso y ardiente con olor a vainilla tántrica, las caricias suaves y sinceras, las miradas cómplices, los pensamientos fugaces, las promesas inciertas y los despertares emocionantes. 

Pero también hay altibajos. Duros. Hirientes. Y este era uno de esos días. Era domingo. Las 7.37 de la mañana. Ambos estaban en la cama. Él la despertó.

- Siento fastidiarte el sueño pero no dejo de dar vueltas a las cosas, mi cabeza es un hervidero...

- Háblame Luciano, quiero saber, entenderte, meterme dentro de ese cerebrito de alguna manera...

- No tienes por qué. Siento que no avanzo, me encantas, pero quizás esto no sea buena idea.

Valeria se levantó de la cama apartando el brazo de Luciano que la rodeaba, se puso su camisón azul, calzó sus zapatillas de Snoopy y se quedó en el umbral de la puerta mirándolo fijamente.

- Es por Alessia. ¿verdad?

- Sí. Cariño, yo...

- No, Luciano, déjalo estar. No quiero ser dura contigo y lo que voy a decirte te va a hacer daño, lo sé, pero te lo voy a decir.

- Por favor, no...

- Sabes que no va a volver, ¿verdad? Y teníais vuestros problemas también. La cosa no iba bien. Y yo estoy aquí para tí, soy de carne y hueso, ¡me desvivo por ti! 

- Yo la quería, ¡tú no sabes nada!

Luciano se levantó de la cama, se vistió y se fue dando un portazo. A mi me dejó en la mesilla. Me quedé estupefacto. Este chico nunca olvidaba su anillo. Y aquí estaba yo postrado, abatido, en cierta manera humillado. Valeria se tumbó de nuevo en la cama. Y lloró. Toda la mañana. Sin consuelo. Toda la tarde la pasó gris y en soledad, llorando por intervalos de tiempo, más o menos breves, todo lo que las ganas por dejar de hacerlo le dejaban.

Al día siguiente Valeria se decidió a salir de casa y tomar un buen desayuno. Antes de abrir la puerta se fijó en mí, puso cara de sorpresa, torció la mirada, arrugó el entrecejo. Parecía incrédula. La verdad es que yo estaba estupefacto también. ¿Luciano se había olvidado de mí? No, eso no puede ser... ¿Me había dejado intencionadamente? No, eso creo que era más improbable. Sin embargo, soy su gran vínculo con Alessia. ¿Se había dado cuenta de que no me recogió al salir? Me estaba volviendo loco con tanta pregunta.

El amor es algo que va y viene, supongo. Se construye, se deshace, se recompone, se esfuma, camina, llora, te ilusiona y te destruye. Y todo esto en un orden diferente cada vez. Incontrolable.

Habían pasado ya 3 días desde la discusión y Valeria tomó una decisión. Iría a casa de Luciano a devolver su anillo. Ella sabía que era una excusa perfecta para verle, aunque tenía dudas de que su corazón apoyara su razón.

Estaba nerviosa, no sabía lo que podría pasar. Esperó a que saliera del trabajo tomando un café cerca de su casa en el barrio de Oreto-Stazione. Lo vio entrar en casa. Pensó, venga Valeria, hazlo, es el momento. Pagó la cuenta al sonriente camarero. Éste le dijo:

- Suerte.

- ¿Perdone? dijo Valeria.

- Parece nerviosa, supongo que va a hacer algo importante. ¿Una entrevista de trabajo quizás? Suerte con ello ragazza.

- Bien, gracias.

Y se alejó con paso tembloroso a casa de Luciano.

Solo soy un anillo, pero veo las cosas como el resto de objetos y humanos. Y siento, sí, siento. Y les puedo asegurar que a esta chica le iba a dar algo... La puerta principal quedó abierta, así que se limitó a subir las escaleras hasta el primero piso donde vivía su chico, o su ex, o lo que quiera que fuese en ese momento...

Sonó el timbre y Luciano, que apenas acababa de cambiarse de ropa y de abrir un refresco, abrió la puerta y miró a Valeria.

- He venido a traerte el anillo, te lo olvidaste en mi casa el domingo.

- Pasa, por favor, contestó escuetamente Luciano. Y prosiguió:

- He comprado esto. Y le enseñó una minúscula caja de cartón. Estaba esperando que me llamaras o que vinieras directamente. Sabes que ese anillo significa mucho para mí. Yo no me atrevía a llamarte después de lo brusco que fui contigo cuando me fui de tu casa.

Respiró hondo, pausado, algo nervioso pero decidido. Y siguió hablando:

- Quiero que me perdones. Y quiero que metas el anillo en esa caja y me la des.

Valeria lo hizo. Luciano lo presenció silente.

Entonces éste cogió la cajita y abrió un cajón de la mesilla de su dormitorio. Para mí, pasaron unos segundos que fueron como una eternidad. Finalmente metió la caja dentro y cerró el cajón.

Supongo que este era mi destino y aquí acaba mi historia. 

A partir de ahí imaginé cómo se miraban, cómo se besaban y cómo se abrazaban... Y cómo ese amor volvía a caminar de nuevo radiante de recibir una segunda oportunidad. Y agradecí haber formado parte de todo. Y me alegré. Y lloré.


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