jueves, 8 de diciembre de 2011

El trabajo más repulsivo del mundo

Ayer quemaron a mi hermano de la calle de al lado. Lo sé de oídas, no es que tenga mucha capacidad de movimiento. Fueron tres chicos que vendieron su alma al diablo.

La verdad es que no tengo un trabajo complicado. Simplemente tengo que "estar", lo demás es pan comido. Lo malo de ser un contenedor de basura, entre otras cosas, es la cantidad de deshechos que recibo. Esto es nauseabundo y repugnante. Eso si, no soy objeto de envidia de nadie. Lo bueno es... eh... Quizás se me ocurra en otro momento.

La envidia la tengo yo. Justo a mi derecha vive un contenedor de papel. Ni le hablo. Bueno, no puedo, pero si pudiera no lo haría. Siempre limpio, altanero, petulante. Y yo en este lado chupando todo tipo de desperdicios orgánicos. Huelo fatal y no puedo asearme de ninguna manera.

El único aliciente que tengo en esta vida es cuando vienen esos hombres del camión y me vacían. Lo malo es que rápidamente estoy lleno de mierda otra vez.

Paso los días observando el barrio. Las señoras mayores que van a la compra y que pueblan de manera frecuente el centro de salud, los adolescentes y su cara de estoy "harto del colegio", las parejitas enamoradas (mejor de su cara no hablo) y demás fauna de estos bloques. No es mala zona, pero ya me aburro de ver casi las mismas caras cada día desde hace siete años.

Son las dos de la mañana y veo a tres chicos acercarse. Están borrachos. Quizás sean los de ayer. No se si alegrarme o tener pavor. Parece que mi vida finaliza aquí. Es ahora cuando la aprecio, por muy mísera que fuera. Me siento indefenso y desprotegido, no sé qué puedo hacer en este momento.

Esperen, ya están aquí y parece que se van a cargar al de al lado, el del papel. Lo siento por él pero no sabe cuánto me alegro. Ale, con Dios.

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